En pleno siglo XXI el vocablo “emociones” está
cobrando más importancia que nunca.
Hasta hace apenas unas décadas una persona se consideraba inteligente
por haber obtenido las mejores notas cuando niño o adolescente, el que
participaba activamente en las cátedras que su maestro se dignaba a impartir,
aquel que lograba un título universitario, en fin, ese era el inteligente.
La inteligencia
académica no es sinónimo de éxito, hoy en día una persona inteligente es
aquella que sabe manejar sus emociones sacándoles provecho, es aquella que
entiende, que sabe motivar y mover a las personas que tiene a su
alrededor. Es por eso que el concepto de
inteligencia ha quedado obsoleto si no lo relacionamos con las emociones, así
nace la ya famosa inteligencia emocional.
De acuerdo a Salovey (1990) la
inteligencia emocional se define como
“la habilidad de las personas para atender y percibir los sentimientos
de forma apropiada y precisa, la capacidad para asimilarlos y comprenderlos de
manera adecuada y la destreza para regular y modificar nuestro estado de ánimo
o el de los demás”
Nosotros como
docentes debemos sensibilizarnos de la importancia de la educación plagada de
emociones inculcándoles a nuestros adolescentes una forma inteligente de
sentir, ensenándoles a:
·
Reconocer sus emociones y expresarlas
correctamente.
·
Generar sentimientos que faciliten el
pensamiento.
·
Comprender lo que sentimos
·
Manejar sus emociones tanto positivas
como negativas de una forma eficaz.
Fernández-Berrocal, P; Extremera, N.
(2011). La inteligencia emocional como una
habilidad esencial en la escuela. Revista
Iberoamericana de Educación. Recuperado el 12 de marzo de 2012, de: http://emotional.intelligence.uma.es/documentos/PDF8habilidad_esencial_en_la_escuela.pdf
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